La tenue brisa del ocaso
acababa de volver para concluir lo que no terminó el pasado invierno, aunque no
conseguiría llegar hasta Benethor ni a Doromir. Sus murallas eran fuertes y no
lograrían caer por muchos golpes que sufrieran, en cambio, sus plazas no
resistirían los fuertes vientos ni las incansables lluvias que se acercaban.
Eran pocos los que podían librarse de un simple resfriado y la supervivencia
por aquellas estaciones era terrible. El mal atormentaba a quien se le cruzara
por el camino. Al parecer, las puertas del castillo solo ayudaban a nobles y a
ricachones de pueblos cercanos.
-¡¡¡Lilliam!!!
¡¡¡Lilliam!!!- gritaba Edmond con insistencia.
Los pasos de Lilliam cada
vez eran más notables. Sus pisadas resonaban por todo el palacio haciendo que
vajillas y jarrones se tambalearan suavemente.
-¡¡Lilliam!! ¡¡Lilliam!!!
¿Dónde estará esta hija mía?
¡¡Lilliam!!!
Apresuradamente, Lilliam
apareció por la puerta del salón, silenciando al fin a su afligido padre.
-¿Me llamaba?, ¿a qué
tanta persistencia, padre? ¡No puedo estar ni dos segundos sola si usted no
para de gritarme!
-Dispensame querida, no
quería asustarte, me gustaría que fueras a la fragua, tengo un encargo y no
puedo disponer de mis servidores porque se encuentran al otro lado del reino.
-Está bien, usted
sosiéguese un poco, no me demoraré.
Lilliam, la hermosa hija
del rey, vivía en Benethor, junto a su padre, sus hermanas y el servicio. Las
visitas por aquellos lares eran de lo más habitual. No podían esperar más de un
día a ver caras familiares por el salón o en algunas otras habitaciones.
La joven de hermosa
cabellera rubia recorrió todo el pueblo en busca de la fragua y logró
encontrarla, aunque con tardanza. Cuando cruzó la puerta, lo único que puedo
ver fue un establecimiento vacío. El fuego parecía haberse encendido en ese
momento, aunque no lograba entender porqué no había nadie.
Repentinamente, escuchó
una voz proveniente de la otra habitación y decidió seguirla. Los gritos cada vez eran más intesos, parecía
que alguien se encontraba en pleno combate.
Cuando por fin logró
descubrir quien lanzaba los gritos, lo contempló durante unos instantes. Era un
joven alto y fornido, con un gran espíritu de batalla. Su mirada era intensa e insólita. No había visto ojos tan verdes en su vida, le
recordaban a las esmeraldas. Tenía una larga melena castaña que se movía al
empuñar su espada. Parecía que se preparaba para combatir en los grandes
torneos que se hacían en las plazas.
Lilliam se quedó
patidifusa, no había visto a guerreros tan audaces como ese joven. De repente,
perdió el equilibrio y cayó sobre unos tablones de madera, haciendo que el
muchacho concluyera con su entrenamiento.
El muchacho se sobresaltó
primero y luego se acercó sigilosamente. La joven se encontraba postrada sobre
los tablones, con una de sus piernas lastimada.
-¿Qué hacías ahí,
muchacha? ¿ Me espiabas?-dijo él, soltando una carcajada.
-¡Es usted un infame! No
ayudarme sería su sentencia, herrero.
-¿Me está usted
amenazando?- volvió a reír, pero esta vez con más ahínco.
-No diga memeces y
ayúdeme.
El joven le ofreció su
mano, para que ella pudiera volver a levantarse.
-¿No es usted de por
aquí, verdad?
- ¿Me ves con cara de
mendiga?
-Si con mendiga se
refiere a torpe...
-Soy Lilliam, la hija de
Edmond de la casa de Benethor y no soy
torpe ni mendiga.
-Así que tengo el placer
de hablar con la princesa Lilliam... muy poco rauda para ser la princesa.
-¿Se burla de mí?-soltó
un rugido y su mano- Prefiero levantarme
por mi misma, no necesito su pésima ayuda.- Por cierto, ¿Quién eres, zagal?
-Soy Christopher, herrero
e hijo de Akill, ya fallecido en el anteriror solsticio de verano. ¿Por qué has
venido?
-Vengo a recoger un
pedido de mi padre, el rey.
-¿Te refieres a la espada
de Adalwolf?, Está aquí, traída de las más altas montañas de Idanthyrsus. Aquí
la tienes.
-Gracias...un placer
haberte conocido Christopher.
-Vaya con cuidado y no
vuelva a resbalarse- De nuevo rió.
Cuando Lilliam volvió al
castillo, se dirigió irritada hacia su padre, que se encontraba sentado en el
enorme sillón del salón.
-Padre, aquí tiene su
maldita espada...
-¿A que tanto enojo,
hija?
-No es nada, padre,
simplemente cójala.
-Oh, Christopher ha hecho
un buen trabajo, le diré que se pase por aquí.
-¡Pero padre!-soltó un soplido.
Lilliam intentó mostrar
como un problema el juego que Christopher tenía con su espada, pero su padre lo
tomó como algo bueno y pensó que no sería mala idea en entrenarle como
caballero noble de Benethor.
A la mañana siguiente,
Lilliam montó a lomos de Aika, que al parecer había dormido mejor que ella.
Allí se sentía libre, sin nada que esconder al mundo. Aún recordaba el
testarudo carácter de Christopher, que le enojaba, aunque sentía algo por ese
joven, algo profundo y que aún no había salido a la luz.
Cuando bajó a desayunar
se lo encontró sentado en la mesa del salón y decidió dar media vuelta.
-¿A donde vas, mujer?
Vamos, siento haber empezado con mal pie. Por cierto, ¿cómo estás?
-No debería de referirse
así a mi persona, y estoy bien, gracias. Lilliam siguió subiendo las escaleras.
-¡Siéntese aquí conmigo!,
¿No le apetece un poco de bizcocho?
-¡Cállese! ¡Es muy pronto
para dar esas voces!
-Pues no pararé hasta que
no se siente.
Lilliam no tuvo más
remedio que sentarse junto a Christopher, que también desayunaba. La joven le preguntó, qué había venido a
hacer allí. Al parecer el muchacho había vuelto para hablar con su padre.
-Gracias- le dijo a ella.
-Gracias, ¿por qué?
-Por hacer que mi vida
tenga algo de sentido y no ser un simple herrero de poca monta.
-¿Y qué he hecho yo?
-¿Usted?-soltó una simple
risotada- Usted le dijo a Edmond lo que vio en la fragua.
Lilliam recordó que solo
quería hacerle un mal, pero que las cosas no le salieron como ella quería. Al
parecer no había vuelto sólo para hablar el rey, sino para agraderle aquella
mala idea que tuvo, aunque por otra parte su corazón quería que Christopher se
quedara unos días a vivir en el castillo, para que las murallas pudieran
protegerle de aquellos terribles tiempos.
Edmond bajaba por la escalera
apresurdamente con una leve sonrisa.
-Christopher, a ti te
quería ver yo- Edmond se acercó al muchacho y le dio unas cuantas palmadas en
la espalda.-Quería decirte que mañana al alba podrás venir aquí para entrenarte
libremente con algunos de los caballeros de la corte, así te agradeceré lo que
has hecho con la espada de Adalwolf.
-Gracias, majestad- dijo
haciéndole una reverencia. Christopher se giró hacia Lilliam: "Hasta
pronto, princesa".
Y después desapareció
tras la puerta del salón.
-Oh, hija, antes de que
se me olvide, quería decirte que esta tarde viene Henry, principe de Doromir y
necesito que le causes buena impresión, puede que pronto unamos ambas casas.
Cuando Lilliam escuchó
aquello, no dijo nada, simplemente su cara lo reflejó todo, el odio que ahora
le tenía a su padre, era inmenso "¿le casaría con un extraño?".
Al caer la noche Banat,
una de las sirvientas cogió el vestido más hermoso y enorme que Lilliam tenía
en su armario. Era rojo y blanco, con mangas anchas y corsé.
Banat, se lo apretó de
tal manera que a la joven no le quedó otra que resignarse. No le gustaban nada
aquellos ropajes de gala, eran muy incómodos y no lograba acostumbrarse a
ellos. Cuando se lo vio puesto, no puedo reconocerse. Pensó que si el destino
de todas las princesas era aquel, no le gustaría que también fuera el suyo,
pero debía de afrontarlo, si ella huía, toda la comarca se avergonzaría de
Benethor, y eso es algo que su padre no permitiría jamás. En ese momento
Lilliam pensó que le gustaría estar al lado de Christopher y que a la mañana
siguiente podría volver a cruzarse en su camino.
Cuando Lilliam bajó las
escaleras, se encontró a casi todo el reino de Doromir, y también a su futuro
esposo. Era un hombre de mediana edad, demasiado mayor para ella. Tenía un gran
mostacho y una barba considerable y lanuda de un color cobrizo. Su pelo era
largo y castaño, parecía un poco sucio, aunque sus ropas decían lo contrario.
Iba vestido con hermosos ropajes adornados y zapatos de buena compostura. El
color predominante era el negro aunque en su calzado se apreciaba un poco de
granate.
Lilliam volvió a pensar
en Christopher, quería volverle a ver.
-¡Bienvenidos a Benethor,
amigos, me gustaría tener el honor de presentarles a mi hija! ¡Hija preséntate
a Henry y a sus cortesanos!
-Encantada de conocerle
Sir. Lilliam logró contener sus sentimientos e hizo una reverencia.
-El honor es mío,
princesa-dijo Henry, aunque su voz no sonaba tan profunda como la de
Christopher, y le dio un beso en la mano izquierda, sin embargo Lilliam lo
sintió como cuchillas.
-Bueno, pues si ya hemos
acabado de presentarnos, es también un honor tenerles en mi reino y me gustaría
que disfrutaran del entretenimiento y del banquete.
Lilliam quería salir de
allí. No lograba entender cómo una persona podía deshacerse o entregarle a otra
con un simple movimiento de manos o con unas palabras. No quería estar con ese
extraño hombre, no le gustaba, quizás sus ojos no veían el dinero como su
padre. Él solo quería monedas y más
monedas, no le importaba lo más mínimo qué iba a ser de sus hijas ni su
felicidad.
Al cabo de unas horas,
cuando por fin terminó el festejo, Edmond volvió a girarse hacia ella.
-El martes uniréis
vuestras manos en matrimonio- y la miró con una sonrisa de oreja a oreja.
-Padre, yo no le quiero.
-Vamos, es un buen
hombre, te hará feliz.
Lilliam corrió a sus
aposentos en busca de consuelo, aunque lo único que consiguió fue llorar y
sollozar.
En el momento que
amaneció, bajó rápidamente las escaleras, pero, esta vez Christopher no estaba
en el salón, así que desayunó sola.
Cuando salió al jardín el
sonido de las espadas la condujeron hasta el astuto muchacho, que se encontraba
luchando contra un pequeño maniquí de paja.
Christopher distinguió a
Lilliam de entre todos los hombres que había en aquellos campos y corrió hacia
ella, como si le fuera la vida ello.
Cuando ambos empezaron a
dar un paseo, Christopher volvió a ser el que inició la conversación. Le habló
de lo hermoso que era su castillo y le agradeció que le dejaran quedarse
allí. En algunos momentos el joven le
obsequiaba a la muchacha con muchos halagos. Lilliam decidió contarle lo que su
padre tenía guardado para ella y que no
le gustaría casarse con un hombre al que no amaba. El muchacho logró contener
sus sentimientos de furia. Él la quería y nunca permitiría que se casara con
aquel extraño. Al cabo de unas horas de conversar y sonreir, Lilliam pensó que
ya era el momento de volver, aunque ella no quisiera. Christopher le mandó una
sonrisa picarona y se fue, pero seguía disgustado.
A la mañana siguiente
Lilliam se dirigió al salón, con la
esperanza de que esta vez le encontraría. Parecía que por fin sus pensamientos
se habían cumplido, y fue a la mesa junto al joven. Le encantaba hablar con él y estar a su lado.
Era encantador y sus charlas nunca le aburrían. Christopher parecía algo
afligido, le apenaba no poder estar más tiempo con ella.
De nuevo salieron a dar
un paseo a escondidas, pero esta vez a caballo. La joven era una espléndida
amazona, en cambio él no tanto.
Parecía que aquellos
malos tiempos ya estaban desapareciendo. Ese día el sol brillaba más que nunca
y Lilliam sentía que nadie podría apartarle de su lado, le apreciaba mucho, le
amaba. Christopher odiaba montar a caballo, no se le daba bien dominar a esos
majestuosos animales. Juntos caminaron por todo Benethor, hasta que se les hizo
de noche.
Al bajar del caballo,
Christopher cogió las dos manos de Lilliam y esta le miró a los ojos, no quería
volver jamás a ese castillo. Christopher
condujo a Lilliam a la fragua donde ambos pasaron una apasionada noche en el
lecho del muchacho. Lilliam nunca olvidaría esa noche, la mejor que tuvo en su
vida.
Cuando el sol volvió a
salir, Christopher quiso abrazarla con fuerza, pero ella ya no estaba allí. Él,
sin pensárselo dos veces, corrió tras su amada.
Lilliam había vuelto al
castillo, donde la preparaban para la ceremonia. Su vestido era largo y ceñido,
de un color ocre, con dos amplias mangas.
Los detalles de encaje eran de plata y el tocado de su pelo parecía formar
una enorme flor.
El herrero estaba
desesperado, necesitaba volver a tenerla entre sus brazos, cogerla y arrancarla
de las manos de aquel infiel. Corrió y corrío por todo el reino en busca de
Lilliam. Cuando alzó la vista, la carroza que ahora disfrutaban los "enamorados"
cada vez se alejaba más. De nuevo volvió a apresurarse. Sus pensamientos ahora
reflejaban la más pura inquietud y notaba como todo se iba desvaneciendo poco a
poco. Christopher volvió a mirarla. Ella aceptaba su destino, sabía que quería
a Christopher, aunque no se giraría jamás, era demasiado triste ver como sus
deseos se hacía añicos y se fue con la cabeza alta.
Christopher, se detuvo.
Ya nada podría parar aquel vehículo. No lograba entender aquella realidad. El
muchacho dio marcha atrás dando la espalda a lo que antes había sido un sueño.
Sus lágrimas ahora eran de injusticia.
Pero Lilliam, miró atrás.
No había nadie. Él ya se había ido. Lilliam se volvió hacia Henry, sabía que
nunca le haría tan feliz como lo hizo Christopher. Ella pensó en él y en todos
los momentos que habían pasado juntos. Sus noches no serían las mismas, pero
ella sabía que aquel muchacho siempre sería el padre del hijo que llevaba en sus entrañas.
S. U., 3º B
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