Era otro domingo aburrido y nublado. Yo no tenía ganas de hacer nada. Sin
embargo, estaba en contra mí y me mandaron hacer miles de tareas, que, por
supuesto, hice. Después salí a la parte de atrás de mi casa para tomar el aire.
Decidía alejarme un poco, pues estaba aburrida. Iba paseando, y sólo oía el
ruido de los coches.
No era un día soledad precisamente, sino más bien frío y con tanta niebla
que ya me estaba arrepintiendo de haber salido. Decidí regresar a mi casa y
empecé a notar un olor extraño que no lograba identificar. De repente, mi
cuerpo no reaccionaba. Intentaba moverme y era como si mi cuerpo se hubiera inmovilizado. Una
sensación de terror se adueñó de mí. Intenté salir corriendo con todas mis
fuerzas, y lo conseguí, pero una sombra oscura me perseguía. Cuanto más corría,
más se acercaba a mí. De pronto, choqué con alguien, y la sombra desapareció.
Era uno de mis vecinos. Después de pedir disculpas, subí corriendo hasta mi
casa y me encerré en mi habitación. Mi madre se percató de mi presencia y me
vino a preguntar si me pasaba algo. La convencía de que no pasaba nada. No
quería preocupala.
El siguiente domingo volvía a ir por el mismo camino. Estaba intrigada y
quería aclarar qué había pasado, pero iba temiéndome lo peor. Se volvió a levantar mucha niebla y empezó a
oler igual que el domingo anterior. De improviso, alguien me tapó la boca y, al
mismo tiempo tiraba de mí por la chaqueta, tanto que me la rasgó. Ese ser, o lo
que fuera, y me susurraba al oído mi
nombre, fría y lentamente.
Me despertó mi madre cuando había empezado a chillar. Era lunes y tenía que
levantarme para ir al instituto. Pero… , cuando me levanté, me miré en el
espejo y vi mi cara muy pálida, demasiado pálida, y me di cuenta de que había
dormido vestida y de que mi chaqueta… ¡estaba rasgada como si alguien hubiera
estado tirando de ella!
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