Con el
invierno asomando a través de las montañas y todos los arroyos de la comarca
ateridos , el reino de Frintrik seguía desprevenido. Sus calles seguían abarrotadas
de gente aún sin percatarse del gélido aliento del horizonte. El reino de
Frintrik y el reino de Heridan concluían el enlace de las dos casas. Elenor,
hija heredera de Adonis, rey de la casa Frintrik, y Beltrán, caballero de la Guardia
Oscura e hijo bastardo de Gaspar, rey de la casa Heridan, se unían en
matrimonio. La ceremonia acabó tras varias copas de ron y alguna que otra
alabanza por parte de paisanos a la feliz pareja. Más tarde, después de la
fiesta cortesana, ambos se dirigieron a la alcoba nupcial, donde se
manifestaría el amor que se tenían.
Cinco años
después, el reino los reinos de Frintrik y Heridan formaron el reino de
Harland, cuya familia real estaba constituida por la princesa Elenor, Beltrán, y
Drioli, Elizabeth, Marllory e Ian Harland, hijos de ambos. Su reino había
prosperado años atrás luchando con uñas y dientes contra reinos invencibles y contra
la gran epidemia de la peste bubónica. Hasta que un amanecer invernal, despertó
a las gentes de Harland con algún que otro rumor que hablaba de seres
descuidados, brutos y bárbaros que se dirigían hacia allí. Beltrán y una brigada de soldados de élite
salió de amanecida en busca de refuerzos y se dirigieron a la Cantera Maldita,
a los Montes Olvidados y al bosque de las Almas Perdidas, donde se situaba el
confín del reino.
En El
refugio del reino de Drafmulk, reino de Arthur, hijo de Axel y Dana, de la casa
Moridan, alboreaba dejando al descubierto su posición. Un grupo de bárbaros
combatían cuerpo a cuerpo.
-Solo sabes
hacer eso ¿eh?-dijo el guerrero más forzudo haciéndole la zancadilla a su
contrincante y, acto seguido, poniendo su espada sobre su garganta.
-Basta...está
bien.., me..., me..., ¡nunca!- su contrincante se levantó de un salto, esquivó
la espada y le propició propinó un
buen puñetazo en el mentón, dejándole aturdido durante varios minutos.
-Bien hecho,
Adler, parece que se te da bien hacerle la vida imposible a Ahren- dijo Arthur,
dándole unas palmaditas en la espalda.
-Gracias, mi
señor, es un honor estar a su vuestro
servicio-dijo Adler arrodillándose.
-Mañana
partiremos al alba, hay una deuda que saldar- se dijo a si mismo Arthur. Dio
media vuelta y sus palabras quedaron en el aire.
Durante todo
el crepúsculo del solsticio de invierno, los caballeros de la Guardia Oscura
estuvieron ausentes. Pactaron adiestrarse duramente. Algunos, concluyeron la
noche entrenando sin descanso, otros afilaron sus espadas hasta dejarlas tan
finas como un alfiler, y los demás, practicaron sin tregua una y otra vez,
disparando flechas al diminuto redondel rojo que se situaba en el centro de la
diana. Estaban preparados. Estaban listos para la batalla que se avecinaba.
Miles de
guerreros inmóviles se situaban al pie de la muralla con miles de lanzas
apuntadas hacia el ejército enemigo y,
en el centro, Beltrán contemplaba la situación silenciosamente.
-Su
majestad, creo que alguien se aproxima, ¿desenvainamos?- habló uno de los
batalladores dejando que Beltrán le cortase con un simple movimiento de mano.
-Esperad- ordenó Beltrán.
Un bárbaro
de largas barbas y cabellos montaba en un caballo negro como la noche. Corría a
gran velocidad y se dirigía hacia ellos.
Pausó su
marcha y acto seguido se postró ante Beltrán.
- ¿Qué es lo
que buscáis, bárbaros?, ¿mujeres?, ¿ron?, ¿muerte? ¿Cómo osáis mostraros ante
mí?- preguntó con tono amenazante Beltrán, mientras escuchaba las risotadas de
su rival.
-Vaya, vaya,
vaya... con que no se acuerda de tiempos pasados... Mmm... tendremos que
refrescarle la memoria.- le replicó en tono de burla y, a continuación, hizo
sonar una corneta.
Una multitud
de caballos y sus respectivos jinetes salieron decididos de la frontera más
próxima. Uno de los jinetes se adelantó y se postró ante el rey con miles de
hombres a sus espaldas.
-Juro que
vengaré la muerte de mi hijo Baldwin cortándote una y mil veces la cabeza.- dijo
Arthur desenvainando la espada y rápidamente rebanándole el cuello sin darle
tiempo a sacar su espada.
-¡Muerte al
reino de Harland!- gritó Arthur levantando su arma.
Los bárbaros
se alzaron sobre el numeroso ejército de Harland.
Miles de
hombres cayeron ese día, cientos de mujeres fueron violadas y asesinadas
brutamente, y miles de cabezas rodaron sin rumbo por las ruinas del castillo de
Harland.
La muralla cayó.
Harland había perecido en la oscuridad.
G. U., 3º B
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