LA RUTINA DE ALONSO
Como todas las mañanas, sonó el
despertador a las seis y media. Alonso se levantó y fue a la cocina para
desayunar. Después se duchó, se vistió y bajó al garaje. Se subió en su modesto
coche y se dirigió hacia la oficina.
A Alonso le agobiaban los pitidos
ensordecedores de los demás coches, que querían llegar a su destino lo antes
posible. En la oficina, trabajaba sin descanso hasta las ocho de la tarde.
Cuando llegaba a casa, tenía que seguir trabajando otras dos horas más. Después,
bajaba a cenar a un bar que había cerca de su casa. Luego se iba a la cama para
esperar que el despertador sonara de nuevo.
Alonso estaba aburrido. Tenía que hacer
algo urgentemente. Se le ocurrió una brillante idea: cambiar de aires. Tras
darle varias vueltas al asunto, decidió que lo mejor era regresar a su pueblo,
donde, antes de venir a Madrid, llevaba una vida muy tranquila.
Tuvo que trasladarse a la ciudad porque lo que le
interesaba era trabajar en lo que había estudiado. Ahora le daba igual, y lo que
quería era recuperar la vida que llevaba antes. Iría a su trabajo a pie, sin
coche y tendría una jornada menos intensa, aunque ganaría menos. Además,
dispondría de tiempo libre por las tardes. Sólo la idea de pensar en su huerto
y en su afición a la pintura le hacía recobrar la ilusión por la vida.
Al día siguiente hizo la maleta y se marchó. Cuando llegó
al pueblo, antes de entrar en él, paró
su coche en medio del camino, se bajó y soltó la maleta. Durante unos minutos,
contempló el paisaje. Luego miró la maleta. Nada de lo que había en ella tenía
ya interés para él. La dejó allí, sola, se subió al coche y entró en su pueblo,
sin equipaje.
Víctor Vélez Carrillo, 3º B
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