¡QUIERO MADURAR!
Supongo que os preguntaréis qué hace una maleta en medio de la nada. Os lo
voy a contar, pero tendré que empezar por el principio.
Mi nombre es Anita, tengo trece años y vivo con mi mamá en Barcelona. Desde
hace un tiempo, ella andaba siempre fuera; si no era en el trabajo, era en la
discoteca o con sus amigas tomando una copa en un bar. Mamá me tuvo muy joven,
y mi abuela no lo llevó muy bien, así que mamá se escapó. Yo a eso lo llamaba
“madurar”.
Este año ha sido mi primer curso en el instituto. La gente no es como en el
cole. Menos mal que me tocó en la misma clase que Tania. La chica más popular
del instituto es Tara. Siempre va vestida de negro, fuma y tiene un
comportamiento muy vulgar.
Cuando llegó el tercer trimestre, me entraron ganas de cambiar algo en mi
vida; tal vez hacer amigos nuevos. Me entraron ganas de que la gente me
conociera, de ser popular… Empecé a pensar que si hacía lo mismo que mamá,
maduraría antes; así que hice una lista con todos los pasos que tenía que dar
para madurar. Tenía que integrarme en el grupo de Tara, ser popular, tener mi
primer novio, ir de fiesta, fumar, beber… y, por último, escaparme, como mamá.
Así la gente se daría cuenta de que había madurado, de que no era una friki.
Sólo le conté mi plan a Tania, aunque ella no lo aprobó.
Después de unas semanas, hasta mi mamá, que no me prestaba mucha atención,
se dio cuenta de que yo ya no era la misma: había dejado de vestirme con
colores claros y sólo usaba el negro, ya no estudiaba y empecé a escuchar música
que no era adecuada para mi edad. Ya había tachado todo de mi lista. La
siguiente fase era marcharme de casa. Y me fui.
Ese día, mi madre llegó a las cuatro de la tarde después de una noche
(parte del día) de fiesta, y no me encontró. Subió a mi habitación y lo vio
todo revuelto. Faltaba la maleta. Por primera vez se preocupó por mí, y creo
que se sintió culpable. Corrió a casa de Tania, y ella fue la que le dijo dónde
podría encontrarme.
Yo iba caminando por aquel camino, con mi maleta, y oí que mi mamá me
llamaba. Me di la vuelta y la vi corriendo hacia mí. Solté la maleta y fui a su
encuentro. Nos dimos un abrazo, me pidió perdón y me dijo entre lágrimas cúanto
me quería. Yo también lloré y también le dije que la quería. Volvimos juntas a
casa, pero la maleta se quedó allí, sola. Mi madre y yo empezamos una nueva
vida y ella era el pasado.
Alexandra
Costache, 3º B
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