lunes, 23 de diciembre de 2013

CUENTOS MEDIEVALES

LA VENGANZA DE LOS BÁRBAROS




Con el invierno asomando a través de las montañas y todos los arroyos de la comarca ateridos , el reino de Frintrik seguía  desprevenido. Sus calles seguían abarrotadas de gente aún sin percatarse del gélido aliento del horizonte. El reino de Frintrik y el reino de Heridan concluían el enlace de las dos casas. Elenor, hija heredera de Adonis, rey de la casa Frintrik, y Beltrán, caballero de la Guardia Oscura e hijo bastardo de Gaspar, rey de la casa Heridan, se unían en matrimonio. La ceremonia acabó tras varias copas de ron y alguna que otra alabanza por parte de paisanos a la feliz pareja. Más tarde, después de la fiesta cortesana, ambos se dirigieron a la alcoba nupcial, donde se manifestaría el amor que se tenían.

Cinco años después, el reino los reinos de Frintrik y Heridan formaron el reino de Harland, cuya familia real estaba constituida por la princesa Elenor, Beltrán, y Drioli, Elizabeth, Marllory e Ian Harland, hijos de ambos. Su reino había prosperado años atrás luchando con uñas y dientes contra reinos invencibles y contra la gran epidemia de la peste bubónica. Hasta que un amanecer invernal, despertó a las gentes de Harland con algún que otro rumor que hablaba de seres descuidados, brutos y bárbaros que se dirigían hacia allí.  Beltrán y una brigada de soldados de élite salió de amanecida en busca de refuerzos y se dirigieron a la Cantera Maldita, a los Montes Olvidados y al bosque de las Almas Perdidas, donde se situaba el confín del reino.

En El refugio del reino de Drafmulk, reino de Arthur, hijo de Axel y Dana, de la casa Moridan, alboreaba dejando al descubierto su posición. Un grupo de bárbaros combatían cuerpo a cuerpo.
-Solo sabes hacer eso ¿eh?-dijo el guerrero más forzudo haciéndole la zancadilla a su contrincante y, acto seguido, poniendo su espada sobre su garganta.
-Basta...está bien.., me..., me..., ¡nunca!- su contrincante se levantó de un salto, esquivó la espada y le propició  propinó un buen puñetazo en el mentón, dejándole aturdido durante varios minutos.
-Bien hecho, Adler, parece que se te da bien hacerle la vida imposible a Ahren- dijo Arthur, dándole unas palmaditas en la espalda.

-Gracias, mi señor, es un honor estar a su  vuestro servicio-dijo Adler arrodillándose.

-Mañana partiremos al alba, hay una deuda que saldar- se dijo a si mismo Arthur. Dio media vuelta y sus palabras quedaron en el aire.
Durante todo el crepúsculo del solsticio de invierno, los caballeros de la Guardia Oscura estuvieron ausentes. Pactaron adiestrarse duramente. Algunos, concluyeron la noche entrenando sin descanso, otros afilaron sus espadas hasta dejarlas tan finas como un alfiler, y los demás, practicaron sin tregua una y otra vez, disparando flechas al diminuto redondel rojo que se situaba en el centro de la diana. Estaban preparados. Estaban listos para la batalla que se avecinaba.
Miles de guerreros inmóviles se situaban al pie de la muralla con miles de lanzas apuntadas hacia el  ejército enemigo y, en el centro, Beltrán contemplaba la situación silenciosamente.

-Su majestad, creo que alguien se aproxima, ¿desenvainamos?- habló uno de los batalladores dejando que Beltrán le cortase con un simple movimiento de mano.

-Esperad-  ordenó Beltrán.

Un bárbaro de largas barbas y cabellos montaba en un caballo negro como la noche. Corría a gran velocidad y se dirigía hacia ellos.
Pausó su marcha y acto seguido se postró ante Beltrán.

- ¿Qué es lo que buscáis, bárbaros?, ¿mujeres?, ¿ron?, ¿muerte? ¿Cómo osáis mostraros ante mí?- preguntó con tono amenazante Beltrán, mientras escuchaba las risotadas de su rival.

-Vaya, vaya, vaya... con que no se acuerda de tiempos pasados... Mmm... tendremos que refrescarle la memoria.- le replicó en tono de burla y, a continuación, hizo sonar una corneta.

Una multitud de caballos y sus respectivos jinetes salieron decididos de la frontera más próxima. Uno de los jinetes se adelantó y se postró ante el rey con miles de hombres a sus espaldas.

-Juro que vengaré la muerte de mi hijo Baldwin cortándote una y mil veces la cabeza.- dijo Arthur desenvainando la espada y rápidamente rebanándole el cuello sin darle tiempo a sacar su espada.

-¡Muerte al reino de Harland!- gritó Arthur levantando su arma.
Los bárbaros se alzaron sobre el numeroso ejército de Harland.
Miles de hombres cayeron ese día, cientos de mujeres fueron violadas y asesinadas brutamente, y miles de cabezas rodaron sin rumbo por las ruinas del castillo de Harland.


La muralla cayó. Harland había perecido en la oscuridad.

G. U., 3º B

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