El 9 de febrero de 1824 era lunes, y seguro que hacía mucho frío en la zona industrial del Londres victoriano, llena de inmundicia y ratas. El río Támesis estaba muy cerca y su humedad lo cubría todo. Hacia allí, muy temprano (ni siquiera había amanecido), se dirigía un muchacho que hacía sólo dos días había cumplido los 12 años; era su primer día de trabajo en la fábrica de betún para el calzado Warren: seis chelines a la semana por diez horas de trabajo diario, seis días a la semana. Se llamaba Charles.
Imaginamos que iba triste y malhumorado. Ese no era su sitio, no le correspondía: él pertenecía a otro mundo, al mundo de la clase media. Se veía ahí porque tenía un padre inconsciente y derrochador que se había endeudado hasta conseguir que lo metieran en la cárcel. La familia se marchó a vivir a la celda con él (la ley permitía que los que cumplían condena por deudas pudieran llevarse a su familia a vivir con ellos en la cárcel). El joven Charles había alquilado una habitación en casa de una tal señora Roylance y había buscado trabajo. Los domingos visitaba a su familia en la prisión de Marshalsea.
Seguimos imaginando. El joven Charles, Charles Dickens, por si alguien no lo había adivinado todavía, seguro que dejaba volar su imaginación mientras pegaba etiquetas en los botes de betún e intentaba sobreponerse al fuerte olor que despedía esa materia untosa; es más que posible que recordara sus años de infancia, sus pocos años de escuela y sus muchas horas de lectura: las novelas de aventuras inglesas que se inspiraban en la picaresca española, como Las aventuras de Roderick Random y Las aventuras de Peregrine Pickle de Tobias Smollett, y Tom Jones de Henry Fielding. También Robinson Crusoe de Daniel Defoe y Don Quijote de la Mancha de Cervantes. Pero de vez en cuando, la realidad tiraba de él y lo zarandeaba. Los recuerdos y las ensoñaciones se disolvían en aquella atmósfera insalubre, y el joven Dickens miraba a su alrededor y veía a otros niños como él o más pequeños que él, más desgraciados porque nunca habían conocido el bienestar. Sólo fueron unos meses, hasta que su familia abandonó la cárcel, pero en aquella experiencia se forjaron muchos de sus futuros personajes e historias y cristalizó su visión del mundo. Años después recordaba aquella época: “Todo mi ser se sentía tan imbuido de pesar y humillación al pensar en lo que había perdido que incluso ahora, famoso, satisfecho y contento, en mis ensoñaciones, cuando rememoro con tristeza aquella época de mi vida, muchas veces me olvido de que tengo una mujer y unos hijos, incluso de que soy un hombre” (The live of Charles Dickens, Jonh Forster, 1872).
Porque Charles terminó siendo periodista y, como una cosa lleva a otra, escribiendo novelas por entregas en los periódicos. Comenzó por aquellos Papeles póstumos del club Pickwick (1837) y siguió con otras trece novelas (catorce si se cuenta la inacabada El misterio de Edwin Drood), por donde transitan más de mil personajes que conforman una visión del mundo que le tocó vivir, el mundo de la Revolución Industrial, del “capitalismo salvaje”, donde los pobres ya no podían ser esclavos, pero carecían de cualquier derecho. Sus historias se entretejen con parias a los que se mira de forma compasiva. Grandes autores posteriores, como Henry James o Virginia Woolf, lo acusaron de un excesivo sentimentalismo, pero su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que “había proclamado más verdades de calado social y político que todos los discursos profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos”.
Sabía narrar, crear personajes y mantener el interés de sus lectores, lo que le propició un inmenso éxito. Sus obras, publicadas por entregas en periódicos, llegaban a un gran número de lectores, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Cuentan que la gente se amontonaba en los muelles esperando los barcos que venían de Inglaterra, impacientes por conseguir las continuaciones de las novelas dickensianas.
Y su éxito se ha mantenido más allá del tiempo: sus novelas han sido llevadas al cine una y otra vez; se han hecho series televisivas y cómics con sus historias; ha sido traducido a todos los idiomas… Y este año va a estar más presente que nunca, ya que se celebra el 200 aniversario de su nacimiento (7 de febrero de 1812). Se han reeditado muchas de sus obras y se han publicado muchos libros sobre el autor, además de inaugurarse una gran exposición en Londres: Dickens y Londres, que estará abierta hasta el 10 de junio, y que se acompaña con la edición del libro Dickens’s victorian London (1831-1901) de Tony Williams y Alex Werner. Porque Dickens y su obra están indisolublemente unidos al Londres victoriano.
Es un excelente momento para acercarse y adentrarse en la obra de este gran autor. Para que elijáis, os dejamos un enlace con los títulos de todas ellas. Feliz año dickensiano.
OBRAS DE DICKENS
Imaginamos que iba triste y malhumorado. Ese no era su sitio, no le correspondía: él pertenecía a otro mundo, al mundo de la clase media. Se veía ahí porque tenía un padre inconsciente y derrochador que se había endeudado hasta conseguir que lo metieran en la cárcel. La familia se marchó a vivir a la celda con él (la ley permitía que los que cumplían condena por deudas pudieran llevarse a su familia a vivir con ellos en la cárcel). El joven Charles había alquilado una habitación en casa de una tal señora Roylance y había buscado trabajo. Los domingos visitaba a su familia en la prisión de Marshalsea.
Seguimos imaginando. El joven Charles, Charles Dickens, por si alguien no lo había adivinado todavía, seguro que dejaba volar su imaginación mientras pegaba etiquetas en los botes de betún e intentaba sobreponerse al fuerte olor que despedía esa materia untosa; es más que posible que recordara sus años de infancia, sus pocos años de escuela y sus muchas horas de lectura: las novelas de aventuras inglesas que se inspiraban en la picaresca española, como Las aventuras de Roderick Random y Las aventuras de Peregrine Pickle de Tobias Smollett, y Tom Jones de Henry Fielding. También Robinson Crusoe de Daniel Defoe y Don Quijote de la Mancha de Cervantes. Pero de vez en cuando, la realidad tiraba de él y lo zarandeaba. Los recuerdos y las ensoñaciones se disolvían en aquella atmósfera insalubre, y el joven Dickens miraba a su alrededor y veía a otros niños como él o más pequeños que él, más desgraciados porque nunca habían conocido el bienestar. Sólo fueron unos meses, hasta que su familia abandonó la cárcel, pero en aquella experiencia se forjaron muchos de sus futuros personajes e historias y cristalizó su visión del mundo. Años después recordaba aquella época: “Todo mi ser se sentía tan imbuido de pesar y humillación al pensar en lo que había perdido que incluso ahora, famoso, satisfecho y contento, en mis ensoñaciones, cuando rememoro con tristeza aquella época de mi vida, muchas veces me olvido de que tengo una mujer y unos hijos, incluso de que soy un hombre” (The live of Charles Dickens, Jonh Forster, 1872).
Porque Charles terminó siendo periodista y, como una cosa lleva a otra, escribiendo novelas por entregas en los periódicos. Comenzó por aquellos Papeles póstumos del club Pickwick (1837) y siguió con otras trece novelas (catorce si se cuenta la inacabada El misterio de Edwin Drood), por donde transitan más de mil personajes que conforman una visión del mundo que le tocó vivir, el mundo de la Revolución Industrial, del “capitalismo salvaje”, donde los pobres ya no podían ser esclavos, pero carecían de cualquier derecho. Sus historias se entretejen con parias a los que se mira de forma compasiva. Grandes autores posteriores, como Henry James o Virginia Woolf, lo acusaron de un excesivo sentimentalismo, pero su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que “había proclamado más verdades de calado social y político que todos los discursos profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos”.
Sabía narrar, crear personajes y mantener el interés de sus lectores, lo que le propició un inmenso éxito. Sus obras, publicadas por entregas en periódicos, llegaban a un gran número de lectores, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Cuentan que la gente se amontonaba en los muelles esperando los barcos que venían de Inglaterra, impacientes por conseguir las continuaciones de las novelas dickensianas.
Y su éxito se ha mantenido más allá del tiempo: sus novelas han sido llevadas al cine una y otra vez; se han hecho series televisivas y cómics con sus historias; ha sido traducido a todos los idiomas… Y este año va a estar más presente que nunca, ya que se celebra el 200 aniversario de su nacimiento (7 de febrero de 1812). Se han reeditado muchas de sus obras y se han publicado muchos libros sobre el autor, además de inaugurarse una gran exposición en Londres: Dickens y Londres, que estará abierta hasta el 10 de junio, y que se acompaña con la edición del libro Dickens’s victorian London (1831-1901) de Tony Williams y Alex Werner. Porque Dickens y su obra están indisolublemente unidos al Londres victoriano.
Es un excelente momento para acercarse y adentrarse en la obra de este gran autor. Para que elijáis, os dejamos un enlace con los títulos de todas ellas. Feliz año dickensiano.
OBRAS DE DICKENS
Marta de Nevares
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