jueves, 28 de noviembre de 2013

CUENTOS MEDIEVALES




MUERTE POR AMOR 

 En mi pueblo hay un castillo de la Edad Media del cual mi abuela solía contarme una historia preciosa. 

 Se trataba de una bella princesa alegre y risueña llamada Mirella. Sus cabellos eran rubios como el sol y como pétalos de rosas, sus mejillas. Por aquel entonces tenía ya dieciocho años y sus padres (los reyes de aquel antiguo pueblo) le decían que ya era hora de prometerse, que había que buscar un príncipe para ella. Decidieron que un apuesto caballero del país vecino fuese su marido. Tenían en común miles de cosas, pero lo único que los separaba era aquella vieja y muerta muralla. No tenía ya vida, estaba rota, con grietas y era bastante fea. 

 La princesa ya había decidido con quién se quería casar. Con Arthur, el hijastro de la señora sirvienta de aquel castillo. Habían compartido juegos desde niños y sabían que eran el uno para el otro. Arthur, al enterarse de aquella boda, se quedó sin habla. Decidieron hablar con los reyes y contarles el amor secreto que los unía. Los reyes estaban en sus aposentos y Mirella llamó a la puerta. La princesa les confesó su amor por Arthur. Él esperaba nervioso en el patio de armas. Quería saber la respuesta de los reyes. 

 Cuando vio bajar a Mirella, no podía ni parpadear. Tenía que casarse con el príncipe porque era lo que el pueblo quería. Pero había otra opción; enfrentarse al príncipe en un torneo, en el cual uno de los dos moriría. Mirella le decía y le repetía que no quería que luchase con el príncipe porque podía morir, y ella eso no lo quería. 

 -Prefiero morir a vivir sin mi princesa –dijo Arthur con firmeza. 

 Así que aceptó el torneo. Aquella tarde fría de invierno llegó. Todo el pueblo estaba allí. El príncipe y Arthur, montados en sus preciosos caballos, empuñaban sus armas. La princesa no paraba de llorar. El torneo comenzó. El ganador se casaría con Mirella. La sangre derramada por el suelo era de Arthur. La princesa se fue hacia él. 

 -No llores por el hombre que no supo luchar por ti, llora por el hombre que te ha amado todos estos años –le dijo agonizante. 

 Mirella no dejaba de llorar. Asió fuertemente la ensangrentada espada de su amado, y se la clavó en el pecho. Se abrazaron y estuvieron juntos para siempre. 

 Desde entonces, todos los 11 de diciembre, el pueblo llora en recuerdo de aquellos enamorados. 

 N. C.

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