El 15 de mayo de 1912 fallecía en Estocolmo, la ciudad donde
había nacido en 1849, Johan August
Strindberg, quizá el autor más importante en lengua sueca, y uno de los
renovadores del teatro moderno.
Fue un hombre difícil, para él y para los demás. Sufría una
esquizofrenia que lo hacía irascible y obsesivo, pero también lo llenaba de
miedos y desazón. De todo ello dio buena cuenta en sus obras. Ya su infancia y
adolescencia fueron complicadas. Su padre era un rico comerciante y su madre,
antes de convertirse en la señora Strindberg,
había sido su criada y su amante. Las relaciones amo-criada nunca
cambiaron, y August escuchó la voz autoritaria de su padre y los silencios de
su madre; silencios que le imponía su condición de mujer, de criada y su
profunda religiosidad.
Comenzó sus estudios
en un colegio de élite en el que nunca dejó de ser «el hijo de la
criada». No hizo muchos amigos. El inicio de sus estudios universitarios
coincidió con la ruina económica de su padre. Se vio obligado a simultanear
estudios y trabajo, pero terminó abandonando la universidad. Lo intentó como
actor teatral, pero fracasó. Siguieron el periodismo, la bohemia, las tertulias
literarias, los problemas económicos, un
primer éxito teatral, otras obras que no se estrenan, su primer matrimonio y su
reconocimiento como escritor con la novela El
cuarto rojo.
Tras granjearse la animadversión de la clase política sueca
con su obra El nuevo Reino (1882), se
exilió voluntariamente y vivió durante seis años en diferentes ciudades
europeas. La publicación de Casados
(1984), obra donde criticaba las relaciones matrimoniales burguesas, le produjo
el repudio general de la burguesía y un proceso judicial. Se siente perseguido y
acosado por todos. Su paranoia le lleva a pensar que son las feministas sus
principales enemigas, lo que le lleva a tomar posiciones vehementemente misóginas.
Estaba convencido de que la mujer era un ser cuyo fin era aniquilar al hombre,
pero nunca pudo vivir sin las ellas: acumuló tres matrimonios desastrosos.
En 1888 escribe sus dramas más conocidos: El padre, La señorita Julia y Acreedores.
En 1984 está en París, donde vivirá su peor crisis. Él mismo
la llamará la «crisis del Infierno». Se siente más que nunca perseguido y
piensa que lo van a envenenar, lo que le obliga a cambiar de hotel
constantemente. Su irracionalidad le lleva tanto al interés por el ocultismo
como por el misticismo. Se sumerge en la
oscuridad del alcohol y las drogas. A pesar de todo, La señorita Julia se estrena en París y es un éxito.
Superada la crisis regresa a Suecia y se instala
definitivamente en Estocolmo. Comienza una actividad creadora febril y cumple
uno de sus sueños: tener un teatro propio, el Intima Teatem. Todavía dio pie a una última polémica con un
artículo en el que atacaba al rey sueco (1910).
El 15 de mayo de 1912 murió. Había sido un personaje
incómodo para muchos, pero a su entierro acudieron cincuenta mil personas,
conscientes de que había muerto un gigante de la literatura.
Autorretrato del escritor con sus hijas |
Además de la literatura, sintió interés por la fotografía y
por la pintura. De ambas aficiones ha dejado buenas muestras.
Para los que no lo conozcan, es imprescindible –si quieren,
claro- que se acerquen a su obra La
señorita Julia, una pieza que cierra la puerta del teatro romántico y abre
la del teatro moderno. Con una historia dura y claustrofóbica que sucede en la
noche de San Juan y que analiza las relaciones entre amos y criados y entre
hombres y mujeres. Los aficionados al teatro que ya peinan canas (aunque se las
tiñan) quizá recuerden aquel febrero de 1886, aquel Festival de Teatro de
Madrid donde se pudo ver esta obra en un montaje del Dramaten de Estocolmo y dirigida
por Ingmar Bergman. En sueco y manteniendo la respiración para no perder
detalle. Aquello fue magia.
Marta de Nevares
Os ofrecemos un vídeo con fragmentos de uno de los últimos
montajes de esta obra que se han hecho en España.
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