viernes, 6 de enero de 2012

CARLOS JOAQUÍN CÓRDOVA, IN MEMÓRIAM


Nació en Cuenca (Ecuador) en 1914 y fue un culto erudito que se ganó la admiración de propios y extraños como lexicógrafo: estudioso y recolector de palabras y hacedor de diccionarios. Durante muchos años, con paciencia, rigor, inteligencia y sentido del humor, fue haciendo, a lo largo del su país, ejercicios de escucha de la cotidianeidad, recogiendo palabras como chuchaqui, curuchupa o muspa, anotándolas en fichas hasta juntar miles, las que integran su El habla del Ecuador. Diccionario de ecuatorianismos, editado en dos volúmenes en 1995 con 6100 entradas, y reeditado en 2008, ya con 10.000 entradas y tres tomos.


Fue director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua hasta 2008, y en ese mismo año viajó a España con su cargamento de vocablos ecuatorianos para enriquecer con ellos el caudal del diccionario de la Real Academia Española. Su estancia se alargó porque sufrió un infarto. Su corazón llevaba más de noventa años latiendo con elegancia, y estaba un poco cansado. Fue ingresado en el hospital Gregorio Marañón, pero entró a pie y con ánimo, como buen caballero que era. Le costó acostumbrarse al tuteo y al trato tan directo de las enfermeras (el amaba el rodeo y la envoltura de palabras), pero se acostumbró. Allí compartió habitación con un pastor de la sierra de Canencia; con el conversó horas y horas disfrutando del recio castellano de su amigo. Cuando le dieron el alta, ambos se despidieron entre lágrimas.


De vuelta a Ecuador, ya recuperado, presumía –con humildad y elegancia, eso sí- de haber conseguido que la Academia Española añadiera a su diccionario más de cuatrocientos ecuatorianismos, aunque le hubiera gustado que fueran más.

También estudió la influencia de la lengua inglesa en el habla ecuatoriana, lo que dio origen a su obra Un millar de anglicismos, donde recogía, por ejemplo, ese oquey que hoy forma parte del habla cotidiana de los campesinos, y que entró en el vocabulario de Ecuador después de la Segunda Guerra Mundial.


Con su rostro enjuto, el cabello cano revuelto y su mirada vivaz e inteligente, recibía a los amigos en su despacho de Quito, rodeado de miles de libros, muchos de lingüística y de lexicografía, pero también de literatura, porque era un gran lector, también de juicio inteligente y fino.


Este defensor del castellano ha sido recordado por el actual director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, Salvador Lara, como “un caballero a carta cabal, incapaz de ofender a nadie”. No se puede decir eso de todo el mundo. Otra peculiaridad para recordarlo: este cuencano trasplantado a Quito conservó siempre la pronunciación de la “ll” de Cuenca, como sello de identidad y como marca de un castellano bien pronunciado. Qué hermoso hubiera sido escucharlo desde este mundo yeísta.


Ahora, que en nuestros mercados se puede comprar la yuca, que Nuestra Señora del Quinche sale en procesión por nuestras calles, que en nuestras aulas y en nuestra sociedad suenan esas palabras que Córdova recogió, se hace más necesario recordarlo y, sobre todo, acercarnos a esa obra inmensa que enriquece el español.


Falleció el 19 de diciembre de 2011.

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